Nadie elude la tentación de soñarse diferente. Ser el otro, es el papel más arrebatador y entregado al que un niño se enfoca al jugar. Desapegado de todo e imbuido de una fluidez perdida para el adulto, cualquier infante no sólo sueña, sino que siente que es aquello que imagina.
La madurez sin embargo sueña sin creer, y en muchas ocasiones sin buscar el deleite sino el agridulce reproche de lo que hubiera sido su vida si los pasos que tomó, hubieran sido otros. La pesada carga de la realidad debería aliviarse al soñar con una vida diferente. Pero no pocas veces termina siendo una herida, en la que la insatisfacción bebe, para paradójicamente agigantarse. En su adicción soñadora y dolida el ser humano imagina que toma el lugar de aquellos agraciados con el don de la belleza, la salud, el dinero, la juventud o la fama. Y como resultado, entre el resquemor se cuela una duda imposible. Un déjà vu, producto de la intuición y de un sueño que no puede recordar, que le insinúa que su anhelo de ser otro no es tan infundado, porque en realidad él, como cualquier hombre o mujer, es más de lo que aparenta. Y por un instante, presiente que la loca idea, tiene una base olvidada y certera.
Muchas personas han vislumbrado esa loca certeza, pero compartir una clarividencia inenarrable, no pertenece a estos tiempos. Así que para ello, querido lector, tendrás que hacer un pequeño esfuerzo.
Imagina sentirte en una pesadilla, donde de alguna forma tus acciones, son la secuestrada prueba de que aquel que actúa, se ha olvidado completamente de quién eres realmente. Como si, de pronto, tuvieras el sorpresivo don de verte desde fuera, y la nueva perspectiva cerciorara que una neblina nubla tu conocimiento y ha prescindido para su juicio, de tu verdadera naturaleza.
Imagina ahora, que esa y no otra fuera la verdad, y que esa neblina que afecta a tu conciencia no es otra cosa que el mundo material, que divide y separa una parte de ti, a la que has olvidado pertenecer desde el día de tu nacimiento. Imagina que el sueño, inaprensible en su recuerdo, se repite y un día comprendes, y el velo cae. Tu cuerpo, tu vida y el mundo material, no es más que un disfraz al que perteneces momentáneamente y que subyugado por su embrujo has olvidado a tu ser espiritual, ese que está enlazado con la misma divinidad y que comprende que la carnalidad es sólo una ilusión temporal.
Matrix fue una ficción épica que jugaba con esa idea inefable que todos hemos intuido alguna vez, quizá al dejarnos soñar. Tal vez, empujados por la desazón de creer por un momento, que la vida no es tal y cómo debería ser, y que la causa por absurda que parezca, principia en que hemos olvidado algo muy, muy importante de nosotros mismos.
Pero la idea no es nueva. Su objeto, en un tiempo no tan lejano, incluía también una contrapartida de extraordinarias capacidades, pero su hecho no pertenecía al ámbito de la fantasía, sino al del aprendizaje y la religión.
Por más miles de años de los que el cristianismo lleva implantados, el Mundo Antiguo atesoró un conocimiento sagrado que versaba sobre el aspecto espiritual de la existencia, y su significado, sólo se enseñaba a una minoría iniciada. Su origen, en esta parte del mundo, se vinculaba con el Dios egipcio Tot y con su encarnación, Hermes Trismegisto, quien registró en 42 libros la sabiduría y las enseñanzas que los mismos dioses habían entregado a los hombres. El estudio de aquel conocimiento hermético se impartía en las Sociedades Mistéricas, con cultos dedicados a Isis en Egipto, Mitra en Roma o Helios en Grecia.
Su codificación, plasmada en símbolos, mitos, historias y dioses, ha impedido que aunque haya llegado hasta nuestros días la Tabla Isíaca o Bembina, no sepamos qué función ejercía en los rituales de iniciación dedicados a Isis. Los libros herméticos y todo su conocimiento, está perdido. Y si algo sobrevivió en las sociedades de Rosacruces o Masones, sin duda es un saber fragmentado y muy incompleto; como el que ahora les comparto.
En Eleusis, cerca de Atenas, en honor de Demeter y su hija Perséfone, tuvieron lugar los Misterios Eleusinos que por más de 2.000 años fueron los más populares y reconocidos de Grecia. Todo aquel que participara en ellos como iniciado junto a los sacerdotes, debía guardar el más estricto secreto so pena de muerte. Los ritos externos, como la procesión, los sacrificios o la toma del kykeon (una bebida secreta de cebada y menta) en el santuario, llamado Telesterion, no deja presumir el contenido de sus enseñanzas, a no ser por los testimonios que hablan de visiones por las que aprehendían la inenarrable comprensión de la vida, la muerte, la totalidad y el ser. Sus protagonistas incluyen alabanzas de personajes como Cicerón, hecho que desmiente la sombra de superstición y superchería, que el hombre materialista y académico actual les achacaría. Pero es en la alabanza de Píndaro, el poeta griego, donde podremos encontrar alguna clave de su simbolismo: “Bendito es aquel que habiendo visto estos ritos, toma el camino bajo la tierra. Conoce el final de la vida, así como su divino comienzo.”
El mito de Perséfone, hija de Zeus y Demeter, que es raptada por Hades y obligada a vivir en el Inframundo, rescatada por Hermes pero obligada a regresar cada invierno, por tantos meses como granos de Granada había comido en el camino de vuelta, esconde un significado simbólico no solamente referido al curso del sol, la naturaleza, las estaciones y a los ciclos de vida y muerte. Sino también a la condición humana, cuya conciencia es raptada por el mundo material y separada de su mitad espiritual y su verdadera naturaleza. Los misterios menores, abordaban este conocimiento, y al parecer guiaban hacia una experiencia mística en la que el ser humano tomaba conciencia del mundo celeste, en el que el pagano tanto creía, quizá por estas pruebas. En ellas la parte física y material, debía morir para percibir el espíritu. Y a tenor de su continuidad, fama y alabanzas por parte de todos los grandes hombres de la antigüedad que se formaron, no ya sólo en ésta sino en otras sociedades mistéricas, su contenido debió ser relevante y único.
Platón fue criticado por descubrir, veladamente, alguno de sus principios sagrados en sus libros y enseñanzas. Él, como Pitágoras, Solón, Tales de Mileto, Anaxágoras, Plotino, Hipatia, Hesiodo, Píndaro, Plutarco, y un largo etcétera de sabios de la antigüedad, pertenecieron a alguna de las muchas escuelas de los misterios, y por ellas, al parecer, lograron una iluminación y conocimiento, que aún hoy en día es reconocido.
El nexo de unión, compartido por el misticismo de la India, el paganismo helénico, romano o egipcio, el chamanismo Tolteca o Hopi, o la Santería Yoruba, curiosamente apunta a esa verdad compartida en la que el hombre debía silenciar su conciencia ordinaria, para así reconocer su contraparte espiritual desde la que podía, una vez recuperada su unidad olvidada, comprender los grandes misterios de la existencia y el universo.
Quizá esta verdad olvidada por el mundo moderno, explique la insatisfecha obsesión del ser humano por soñarse diferente, y que todas esas vidas imaginadas no sean más que la búsqueda disfrazada y causada por esa intuición inefable de que la vida y nosotros mismos no somos lo que deberíamos ser, y que la insatisfacción viene por esa sombra de olvido que nos separa y divide de una parte esencial de nuestra conciencia. Esa que impide que reconozcamos nuestro verdadero ser.