Quién iba a imaginar que veinte años después de que Europa continuara con su inflexible e inhumana postura frente a la emigración africana, allá por el lejano 2015, calificando el drama de problema de seguridad y achacando a las mafias y a la televisión la búsqueda de mejores horizontes del africano medio, masacrado por la pobreza, las guerras y la expoliación de sus recursos naturales por las corporaciones, fuera el propio ciudadano europeo quien se viera forzado a emigrar a África.
El deshielo del Ártico y el cambio climático, tras unos primeros años de continuado aumento de las temperaturas en el hemisferio norte del planeta, tuvo un desenlace inesperado y en apenas dos años, una repentina glaciación cubrió aquella parte del planeta que había sido conocida como Primer Mundo, principalmente Europa y Norteamérica. El colapso social y tecnológico, las hambrunas y el invierno perpetuo, precipitaron a millones de ciudadanos europeos y americanos a buscar la supervivencia más allá de sus fronteras, unos en África, otros en Latinoamérica.
Sorprendentemente, para los precedentes de trato recibido por la tendencia migratoria que a la inversa había copado las décadas anteriores, los diferentes Estados no criminalizaron a los necesitados que vulneraban las fronteras. No fue hasta que el número y la actitud violenta apareció, quizá alentada por los restos de su armamento, tecnología y costumbre histórica de apoderarse de los recursos naturales de otros países, que los gobiernos del sur se vieron forzados a dictar leyes que ilegalizaran la entrada y a crear campos de refugiados, tras cruentas guerras.
Hoy la convivencia y la solución parece lejana, quizás porque en el proceso la población mundial no sólo descendió drásticamente, sino que se perdieron recursos y tecnologías que tardarán décadas en poder normalizarse.
Lo que sí parece claro es que la causa de la glaciación está en la interrupción de las corrientes marinas que procedentes del Caribe calentaban el hemisferio norte, debido a que el deshielo Ártico y el aumento consiguiente del porcentaje de agua dulce transformó el comportamiento de los mares y sus corrientes. Algo que ha transformado la faz de la Tierra e irónicamente detenido el deterioro del planeta. Como si una justicia divina, cobrara los desmanes que parecían abocarnos a destruir el mundo que nos sustenta y diera una lección a aquellos que lo provocaban. Esperamos que no hagan falta más.