A, siempre dijo que, Alteza, era la obligada y adecuada manera de dirigirse a su real trazo. Aducía que había sido caligrafiada así por centurias y milenios, tanto en nuestra civilización como en muchas otras. No por capricho, sino como un reconocimiento implícito su vinculación con la divinidad. Aquella que se había originado en el preciso instante primero, cuando en el principio, “Lo Incognoscible” creó del caos el universo con una mera palabra. Aquella a la que tantos libros sagrados, mitos y leyendas se refieren sin nombrarla, porque su posesión, si alguna vez se atesoró entre hierofantes e iluminados, engendró milagros que invadían la atribución del Altísimo, razón por la cual éste decretó su olvido.
Palabra, que sin duda, ella misma encabezaba, por ser la primigenia y más querida de todas las letras, ya que había sido concebida a imagen de su creador; o acaso no lo probaba así el nombre recibido por el primer ser. Por ello, finalizaba su discurso, su estatus y consideración debían permanecer en el punto más alto de la escala social y de trato gramatical, y animaba a las demás a elegirla como su legítima y única representante, ya que lo contrario supondría una suerte de herejía y blasfemia contra el orden sagrado de las cosas, y por ende, contra el Altísimo diccionario.
Los tímidos aplausos del alfabeto presente, llegaron a ser efusivos pero cortos por parte de aquellas letras de rancio abolengo que habían representado a Barones, Condesas y Duques de antaño. Mostrándose mohínas por el hecho de haber transigido y otorgado la cesión del valioso segundo turno, no a la molesta Burguesía del ayer, sino a un directivo que representaba a la Banca, el Capital, el Dinero, las Empresas y las Finanzas llamado G, y cuya influencia englobaba a todo el planeta.
Su grácil disertación decía apoyarse en la gramática oficial para afirmar que sus representados eran el presente, el futuro y el verdadero motor de la globalización que vivía el abecé contemporáneo. Su candidatura, grandiosa y financiada por el gran capital y las empresas globales, había obtenido una amplio apoyo en los medios de comunicación que calificaban su elección como ineludiblemente subjuntiva. No elegirla significaría para el abecedario entero que la crisis morfológica que vivían se intensificaría con la llegada de los I, populistas e irresponsables imberbes que tenían tan poco apego al trabajo como falsa indignación mostraban hacia la letra C y sus prácticas corruptas que habían creado la Crisis, en presunta connivencia con el gobierno, a quienes G apoyaba, porque ahora más que nunca había que ser cautos y no aventurarse a desequilibrar la economía silábica lograda. O acaso, terminó, queríamos hipotecar la sintaxis lograda con ideas que sólo pueden conducirnos a las huelgas inútiles e improductivas que protagonizó en otros tiempos la inútil H, y crear dialectos que desemboquen en nuevas y desequilibrantes tipografías.
El estentóreo aplauso fue interrumpido por una F filosófica, quien fracturó el turno de intervenciones pactado, y farfullando subió al estrado para echar en falta que tanto ella como la educativa E hubieran sido excluidas de la última reforma lexicográfica, lo que demostraba la fútil Democracia de las letras dirigentes y la nula preocupación por la enseñanza. Al jaleo resultante se unieron la J con su jarana jocosa habitual y la K con su kilométrica queja de que se minusvaloraban sus posibilidades, a la vez que amagaba con lanzar un bote de kerosén a la tribuna. En el lio resultante L llamó al orden y a la ley, lamentando el espectáculo lingüístico que estaban ofreciendo, dejándose llevar levemente, por un ligero llanto.
N nada hacía, si acaso ahora que nadie le hacía caso, niñerías con Ñ, que de tanto verse involucrada con la niñez parecía desdeñar la madurez del gramático evento. La oronda O, se dio una pequeña vuelta al recinto circular y no tardó en decidir que iba a olvidar los puños, palos y peleas perpetrados, mientras P y Q, patidifusas y quejicas se unían en un patético y perenne: ¿por qué?, que recorría la cuestionada reunión. R rabiosa y rebelde radical a ratos, hoy no refrenaba su risa, seguramente porque S saltaba sin sentido sobre su silla y se sobaba su sexo, salpicando saliva y similares sustancias a la tiesa y timorata T que no tenía tiempo de teatralizar su taimada tajada, y es que había tomado demasiado trankimazín para tolerar el teatro de unas reuniones que detestaba.
Unidas por el whisky, las letras W, X e Y se urgían en vencer de algún modo aquella xenofobia que siempre las relegaba a un uso ínfimo y testimonial, y como en cada reunión U y V se yuxtaponían a su yuyu, para con vino zanjar la cuestión y animarlas a pensar que como siempre decía el Zorro de Z, zopenca es la sociedad que premia solo la individualidad, porque así zahiere, sin darse cuenta, la cooperación necesaria; y claro así nos va.