(Capítulo 3. Parte 1ª. Novela: El Sueño de Dios)
Un escalofrío le recorre la espalda como respuesta a los ojos de hiena que ha visto en el retrovisor. Sabe que algo va mal. Pero todavía no se ha dado cuenta de que él no es el único animal acorralado del coche. Su conductor ya ni se acuerda de cuando dejó de sentirse así.
Al bajarse del tren recorrió la estación entre aturdido y desorientado. El peso del equipaje, que lo dejaba indefenso, no impedía que un alegre sentimiento de vida lo empujara a sonreír a todo aquel que se le cruzara. Engullía con sus ojos, cada persona y objeto con la avaricia que da el comienzo de la aventura. A la tercera vuelta por el recinto, algo defraudado por la esperanza supersticiosa de cruzarse allí con quién lo guiara al acomodo en esta ciudad desconocida, enfiló el camino de la calle. Odiaba la pregunta por inevitable pero terminó por formulársela a un taxista.
-¿Conoce alguna pensión barata que alquile habitaciones por semanas o meses?
-Las conozco todas pero no sé cuál hace descuentos. Si no te importa esperar ahora vendrá un compañero que quizá te pueda informar.
Fue en la espera, cuando sintió aquellos ojos. Ojos entonces entornados y amigables, que acompañados de una sonrisa se le figuraron los que pertenecieron a su perro fiel, Toby.
-¿De qué huyes? -le preguntó cómplice.
-¡Ja, ja…! ¿Por qué crees que huyo?
Acomodó el equipaje y analizó al proyecto de amigo. Era un chico joven, de esos agraciados con una cara de eterno niño travieso y con un deje en el habla que embelesaba.
-Bueno me imagino… ¿un cigarro? -sacando un paquete y ofreciéndole- es lo que me ha venio a la mente con tanta maleta. Eso para mí es huir de algo, aunque no es la mejor forma -mirando el equipaje- ¡te lo aseguro que yo en eso tengo práctica!
-¡Gracias! -Dejándose encender el pitillo- ¿y por qué no he podido venir a trabajar o a estudiar simplemente?
-¡Va eso es lo mismo! En el fondo todos huimos de algo.
-Quizá, ¿tú de qué huyes?
Le insinuó entonces con la cabeza la posibilidad, que hicieron efectiva, de sentarse en un banco. El joven le habló de sus primeras huidas forzadas por la desgracia. Luego de las siguientes fugas, provocadas por el hartazgo de la cotidianeidad. Mientras Segismundo, intentaba descifrar en la rendija de sus gestos y en el detalle de sus tatuajes, la íntima razón de tanta huida.
-…Pero en realidad hay dos tipos de personas y yo soy de las que huye porque no le gusta la vida. ¿Y tú de qué huyes?, o ¿qué es para ti la vida?, que en el fondo es lo mismo.
-Bueno, más bien voy al encuentro, que no huyo de ella. No sé si tú has sentido alguna vez que ahí fuera, en el mundo, hay un destino único, maravilloso y sólo para ti. Yo siempre lo he presentido. Vengo a buscarlo, no sé cuál, ni si será en esta ciudad, pero lo que te puedo asegurar es que me cansé de esperarlo. La vida es muy grande y si uno busca con fe y con inteligencia, tarde o temprano te llega lo que vas buscando. Esa es al menos mi idea de la vida. Y voy a luchar por ella.
-¡Va, eso… perdona si te molesta… son gilipolleces! Quizá tú eres de una familia con posibles, o tienes estudios de esos de universidad y puedes llegar a ser un don alguien. Pero para la mayoría conseguir ese puta madre de destino es imposible. Sólo pueden brindárselo los ricachones.
-¡Guau… parece que nunca has tenido un sueño!
-Ya no creo en ninguno. Bueno sí en uno. Desde que era enano, sobre todo cada vez que mi padre me zurraba, el muy cabrón, yo me imaginaba que cambiaba mi sino con el de otro niño. Hasta llegué a soñar que nacía de nuevo y era el hijo de un actor famoso, una reina o de alguna gentuza de esa. Esta es mi única esperanza, que exista la reencarnación y que si hay próxima vez, la lotería me toque y sea un niño pijo. A peor no creo que pudiera ir. Claro que si estuviera seguro haría tiempo que ya me hubiera pegado un tiro.
-¡Qué va eso es lo último!
-Claro.-Rieron al unísono-Yo conozco una pensión. Si quieres te puedo llevar, más barato que el taxi te va a salir, a mí con que luego me invites a una cerveza, me vale. ¿Qué… vamos?
Segismundo dudó unos segundos. No hay peor duda que la del deseo cumplido. Pero si no lo conozco de nada, pensaba. Era el encuentro que había estado esperando, y aunque el desprecio que a la vida como posibilidad había mostrado le disgustara, el sincero compañerismo que le ofrecía le convenció.
-Y a unas rondas. Soy Mundo, ¿y tú?
-Pepe, encantao tío-Dándole la mano.
El motor del coche reverbera, al compás del pulso acelerado del Mundo al sentir por segunda vez la violencia de aquellos ojos. Me va a hacer algo, se dice. Ahora que está atando las conjeturas que desde que salieron de la estación ha ido sumando, le recrimina a su instinto por dejarse engatusar.
Qué sino puede significar el cambio de tono y las preguntas sobre si ha venido con mucho dinero, si conoce alguien y si alguien sabe que ha llegado allí. Cree que respondió con una adecuada sarta de rodeos, pero debió notarle algo en la voz. ¿Por qué sino el trayecto continúa por lo que parece lo más recóndito y aislado, y ha dejado de hablarle? Qué pretende, se pregunta.
-¡Oye colega qué lejos está eso!, ¿no? ¿No me habías dicho que más o menos estaba céntrica?
-Ya casi estamos. -Le responde tras una larga pausa, que le frena la respiración y le golpea las sienes.
Se alegra de haberse sentado atrás, ya que puede controlar todas las acciones inadvertidamente enfundado por sus gafas de sol. Pero la luz natural se va y no se atreve a quitárselas. Quizás está mosqueado porque no me sentara adelante con él, o por rechazar el porro al que me invitó. Se plantea por quinta vez, otra razón salvadora.
-Es allí enfrente -para el coche- ve a preguntar si tienen habitaciones. Yo te espero aquí.-Le indica con un gesto el cartel de pensión, en una calle vacía y en penumbra. Ha empezado a llover.
-¿Dónde, dónde…?
Se quita las gafas como si le dificultaran el entendimiento. Echa un vistazo tímido y fugaz a las manos de Pepe. No se atreve a comprobarlo pero teme haber visto algo brillante en ellas. Lo seguro es que no ha visto llaves en el contacto. Es un ladrón. Estoy en un coche robado y va a robarme.
-Oye ¿por qué no entras tú? Si te conocen siempre será mejor ¿no?
Intenta ganar tiempo. Pero la rabia casi burlona de esos ojos no le deja pensar. ¿Cómo saco mis cosas del maletero, cómo huyo cargado y encima con este tiempo?, se castiga, ¡Dios me la he buscado!
-No me conocen. Además -le sonríe cínicamente- yo no busco pensión.
-Bueno, si no quieres venir conmigo…
Abre la puerta y agarra la mochila de mano cuando…
-No te lleves nada. Mira primero si hay habitación -Sujetándole el bulto.
-Es por si tengo que pagar..-Pega un tirón y sale.
Desconcertado pone rumbo a la pensión a paso rápido. De pronto un golpe silencioso lo atrae y lo contiene contra el muro. Un vacío de sangre le contrae las entrañas y el aire le quema al sentir una navaja en su cuello. ¡No he oído ni la puerta cómo…!, su pensamiento es interrumpido.
-¡Por esto cabrón, por esto, por el dinero! ¡Soñador de mierda pa´l coche! Me habías caído bien y pensaba dejarte lo que llevaras encima. Ahora por chulo me vas a dar hasta los zapatos. ¡Entra!
Noqueado por la fuerza depredadora de una cara que no reconoce, dentro del coche se deja desvalijar. No comprende que la maldad que sufre no está guiada por la natural malicia de un chico, sino que es simplemente la respuesta feroz a las imágenes mentales de un preso fugado. Venganza a destiempo de una sociedad que lo ha incomunicado por meses en una celda de escasos metros, que lo ha vejado a golpes y a humillaciones por medio de carceleros, por el natural hecho de querer escapar, por hacerle sentirse menos que un perro desde una adolescencia plagada de reformatorios.
-Ahora los zapatos, me gustan.
-¡Tío no, tío mir…! -Da un puñetazo a la cara del carcelero que lo dejó desnudo y atado por las manos a la cama durante 14 horas.
-Tranqui tío, soy legal, no te voy a dejar descalzo con este tiempo. Toma los míos.
Se quita los zapatos sin creerse este episodio de impotencia y gritándose que debería si quiera luchar.
-¡Toma cabrón!
-Ahora hijoputa..-metiéndole la faca junto al pescuezo- me vas a decir el número de esta tarjeta, que con la miseria que tenías no llego muy lejos. Y mi destino como tú dices -arrastra las sílabas- me está esperando. ¡Canta!
Segismundo no dice nada. Tiene el cuerpo paralizado pero en sus ojos ya no brilla el pánico sino la rabia. Le pide ahora los ahorros de los últimos años, los sueños de toda una vida y el regreso a una muerte gris que conoce.
-Cero, cero, cero, cero.
-¿Ese es el número?, ¡qué número más tonto! -Antes de retirar la navaja- Lo voy a comprobar.
-¡Déjame por favor que me ponga si quiera tus zapatos!
Gana tiempo y un respiro, porque sabe que lo necesita con zapatos para comprobar el pin. Pero una vez puestos sorpresivamente empieza a golpearlo con una rabia animal. Lo desarma, lo desestabiliza y se ensaña en el suelo del automóvil gritando.
-¡Eso es lo que te vas a llevar cero pesetas cabrón, cero, cero, cerooo…!
Abre la puerta, agarra su mochila y bajo la lluvia corre al canto de..¡Policía, policía, policía…! Vuelve la cabeza por décimas de segundo y ve una sombra junto al coche ya lejano y corre con más rabia. ¡Policíaaaaa….!
Se detiene al percibir un murmullo en la calle y a pesar de su fuerte respiración oye el sonido de un coche perdiéndose. Vuelve la vista atrás y lo que quedan son ventanas abiertas y algún vecino asomándose por la puerta de su casa. No querías aventuras, ¡toma aventura!, se dice al notarse mojado. Siente su cuerpo por primera vez en el último minuto y le duele todo por los golpes. Anda, se mira los pies y se da cuenta. ¡Mierda encima me están grandes!
-Chico, ¿buscabas a la policía? -Se vuelve. A su espalda un hombre lo mira impertérrito bajo el aguacero.
-La necesitaba, me han robado.
-Si quieres puedes llamar desde mi casa.
Avanza hacia él. A sus espaldas aparece una puerta abierta. Se deja conducir dentro y acepta una toalla para secarse. La casa le fascina, la única decoración la forman pinturas y estanterías.
-Toma, así entrarás en calor.
-¡Gracias! -Toma la taza de café que le ofrece.
-Tendrás que llamar para hacer la denuncia.
-Creo que no la voy a hacer. No soy de aquí y no quiero que se preocupe mi familia.
-¿Te han robado mucho?
-Casi todo -se mira los zapatos- sólo he salvado esta mochila. Disculpe, muchas gracias por todo, pero en realidad sólo he entrado para sentir un refugio. Acabo de llegar a la ciudad. Sólo recomiéndeme una pensión.
-¿Turista?
-No, de aventuras, a buscarme la vida.
-Pues ya has empezado a tenerlas. Vosotros los jóvenes buscáis la vida con urgencia, la soñáis y eso la hace más grande y cambiante. Aunque claro no siempre va bien. Tienes coraje chico. Usa bien tu impaciencia, que la paciencia ya nos llega con la edad. Voy a sacar el coche y yo mismo te llevo.
-Gracias, es usted un buen hombre. ¿Sabe?, me recuerda a mi abuelo.
-Por cierto, como te diría tu abuelo, ¿tienes para la pensión?
-¡Dinero, maldito dinero! El tiene la culpa de tó. Y no, no te creas que voy a maldecir como muchos hacen al que lo inventó. ¡Yo maldigo al que lo tiene, coño! Porque es diabólico, está muy requetepensao. Encuéntrale algún fallo si lo tienes, ¡eh!, y ahora como no lo tengas, intenta buscarle un fallillo al sistema pá escabullirte.
-No, si no te digo que no. Pero ahora lo único que me agobia es que yo no tengo ni para un bocata. ¡Ni, ni…! Y gracias que ese señor me pagó la pensión que si no…
-Pero colega, ¿quién te manda venir a una ciudad en la que no conoces a nadie y fiarte del primero que te da conversación? Si no te niego que sea mala suerte. Pero es lo que hay.
Esta chica es la primera persona con la que el Mundo se desahoga. Lo abordó hace unos minutos por un cigarro. Era el último que le quedaba y ella lo invitó a compartir el porro. Quizá también movida por una cara que pedía algo, sin saber mostrar más que una tremenda desorientación. No soy de aquí, acertó a decir como inicio de una charla en la que pudo dibujar su situación.
Confiar en una desconocida lo descargó de la responsabilidad perentoria que la visita esta mañana al banco le ha dejado. La acalorada discusión sólo sirvió para dejar bien claro que sin identificación no iba a poder acceder a su dinero. El largo paseo que lo siguió por esta ciudad desconocida, no halló solución a su determinación de no ponerse en contacto con su familia. Le supondría volver a su pueblo momentáneamente, y eso nunca.
Las cosas no pasan como uno las supone, pero una vez embarcado Segis nota que a pesar de todas las recriminaciones de su lógica, por primera vez en su vida vive una aventura. La indefinición de su destino le parecía tan maravillosa que su excitada mente sólo aguardaba un hecho inesperado. El cual resolvería este primer contratiempo con una magia que una vez llegada lo conduciría en volandas hasta su triunfante sino.
-Sí es lo que hay, pero no puedo evitar ser así. Yo confío en la vida.
-La vida sólo es una broma pesada. ¿Y a quién le has confiado el envío de ayuda, a tu familia?
-No, no puedo. Ayer vine a buscarme aquí la vida. Sólo confío en esta ciudad.
-Pues colega aunque hayas venido a la ciudad sigues en el sur, aquí si tienes suerte consigues un trabajo de mierda con enchufe y mal pagado. Si no, como la mayoría de la juventud en la que me incluyo, búscate algo pá pagarte los vicios. Y arriésgate a que luego te llamen delincuente si te cogen, como si tuviéramos opciones. ¡Cabrones!
-¿Sabes algo que pueda hacer hasta que solucione lo del banco?
-Si no eres melindroso, yo sabía de… Espérame aquí que ahora vuelvo. ¡Mátalo!-se va dejándole la pava del canuto.
Lo apura. Se había propuesto no probarlo para así evitar emparanoiarse, pero al quedarse solo lo utiliza como la única evasión ante las miradas de los viandantes que le hacen sentirse desnudo.
Se recuesta al sol, pensando en cómo saldrá de ésta. Deshecha nuevamente contactar con su familia, ¡la que me armarían! Tampoco es posible que algún amigo le mande dinero, no puede acceder a su cuenta, ni tiene dirección. ¡Coño es que no tengo ni para llamar!
Lo primordial es la pensión. Esta mañana cuando se marchó no dijo que se fuera a ir y allí dejó su única mochila, y les importará tres pimientos lo que les diga si no habla con monedas.
En ese instante le llega el aroma de la pastelería cercana. No ha comido desde el bocata de ayer, y el ruego del estómago al que no puede satisfacer, le genera malos pensamientos. Quien se fijara, seguramente vería un chico con ojos de hiena, y es que acecha no sólo a la comida que pasa sino a los bolsos y gentes del paseo.
No, no sería capaz, se dice, pero qué sino le puede proponer esa chica de la que no conoce ni su nombre. Ya tarda. Mira al mar que tiene muy cerca y luego a sus pies. Sí definitivamente le están grandes. Como lanzado por una urgencia corre hasta la playa, se descalza y se aproxima a la orilla del mar para remojarlos.
La fascinación por los océanos existió en él desde pequeño. Mezcla de la lejana inaccesibilidad que desde su pueblo significaba el mar, y de la aventurera profesión de marino como camino hacia la libertad, que de adolescente lo embelesó mientras leía a Jack London y Joseph Conrad. Ahora la locura de embarcarse en cualquier carguero, la bosqueja como huida de la delincuencia que prevé, si no consigue dinero. Se echa mano para sacar un cigarro y recuerda que no tiene tabaco, ni plata. Siente frío, no en vano todavía es invierno, y le entra prisa por volver al único calor que le ofrecieron.
El trayecto le hace reconocer que ningún barco aceptará a un indocumentado sin profesión. Se jura aceptar lo que le ofrezca la chica, por ilegal que sea. ¿Alguien que haya pasado por semejante opción haría otra cosa? Sólo se oirán no de quienes hayan desconocido la necesidad. Antes de llegar vislumbra a la chica alejándose.
-¡Oye chica, espera, espera. Aquí estoy!
-Ya me iba. ¿Dónde te metes tronco?
-Por ahí. ¿Tienes algo para mí?
-Sí, ven.
La sigue sin atreverse a preguntar qué es lo que debe hacer. Averigua que se llama Rosa, cuando le pasa otro canuto, y empieza a reconocer el morbo de sus tetillas. empinadas. No es guapa, tiene unas caderas demasiado amplias, síntoma de una gordura incipiente y una cara sin chispa. Pero la sabe sincera y femenina, con sus ropas ajustadas y rockanroleras. Y lo principal para el Mundo, le cae bien. Sobre todo por su discreción. Ella le pregunta lo que presiente que le quieren contestar, y en sus réplicas le comparte un cinismo lúcido, que lo intriga.
-Mira lo que tienes que hacer es muy fácil. Ya casi llegamos. Y te puedes sacar unas… ¡Hombre Largo! Disculpa un segundo.
-¡Hola colega!
-¡Buenas!-Segis responde al saludo del hippie y permanece a distancia para dar privacidad al intercambio de hachis por dinero.
Comienza a obsesionarse. ¿Y si me propone un robo… o darle una paliza a alguien, o ponerme a pasar droga en la calle…? Yo no tengo cojones para eso. ¡O sí tengo, y lo que realmente temo, es la prisión como aventura indeseable!
-Perdona -vuelve- como te decía…
-Rosa perdona, pero creo que no puedo hacerlo.
-¡Cojones! Pero ¿qué te crees que te he buscado… el robo a un banco? Si yo tuviera agallas y fuera bastante inteligente no te creas que no lo daría. Pero ¡coño es sólo blanquear una casa!
-¡La cagué! Perdona es la paranoia.
-Ya, ya. Pero ¿qué te creías sino que te iba a dar costo del mío pá que lo pasaras? ¡Cómo pá fiarse de cualquiera! Y mira esto lo hago porque me has caído bien. Y bueno -mirándolo- porque también tienes un buen polvo.
-¿Ah sí..?
-¿Ah sí? ¿Eso se te ocurre? Se dice tú también.
-Pues eso, tú también.
-No me gustan los mentirosos. También se puede decir: ¡Pues tú a mí no me gustas!
-Leche que soy tímido. Pero de verdad que tú también me pones.
-¡Anda pieza, vamos!
Lo conduce finalmente a una casa grande y vieja. La puerta de entrada está abierta, y por la escalera se oye música ská a todo volumen. El piso en el que se introducen, parece a medio desmantelar, con habitaciones repletas de muebles y un pasillo lleno de restos de papel pintado. Al final, un veinteañero subido a una escalera, blanquea una gran habitación.
-¡Hombre aquí viene el robao! ¿Qué tal? -le estrecha la mano- ¡Ánimo colega que tó tiene solución!
-¡Gracias, eso espero!
La magia acogedora se despliega con Samuel de anfitrión y el Mundo de beneficiario. Antes de ponerle manos a la pintura, no sólo le cede el uso de su despensa, sino que hospitalariamente le obliga a atiborrarse en ella. Sigue la visita guiada por la casa, en la que le concede cobijo y cama so pena de enojarlo. Finalmente, relaja el preludio del trabajo con una litrona y un porro.
Al terminar la tarde Segis regresa a su nuevo hogar tras pagar la pensión. La jornada ha pasado tan rápida que sólo entonces recapacita. La conclusión de apenas 48 horas es que la vida es más rápida e intensa fuera de su pueblo. Incluso la ligereza de equipaje lo alegra, ya que le hace sentirse un hombre nuevo sin la carga del ayer. Llama a la puerta al llegar y mientras espera, siente la certeza de que las dudas han quedado atrás. Por fin las puertas del destino soñado, empiezan a abrírsele.