(Capítulo 3. Parte 2ª. Novela: El Sueño de Dios)
-Yo sé que seré rico. No sé cuándo, pero un día ocurrirá. ¡Lo sé!
Samuel le recuerda a alguien. Durante estas semanas Segis ha intentado desentrañar el hilo de esta familiaridad sin lograrlo, hasta hoy. La respuesta ha caído con la convicción de la frase, la gestualidad y la cháchara alucinada, que unidas lo han trasportado hasta Valenzuela. Pero el descubrimiento, no justifica la antipatía que le ha ido tomando.
Valenzuela, era un espigado compañero de colegio, con fama de salido. Segis lo apreciaba, quizá por la simple naturalidad que ofrecía, con una boca llena de saliva y sin pudor al hablar de lo que sentía y sería. Lo más paradójico para él no es la recuperación de unos ademanes que creía olvidados, sino la igualación con quien convencido afirmaba que de mayor sería arqueólogo y desentrañaría tumbas egipcias y que ahora es policía, con un chico mucho más joven y camello.
La inesperada asociación deja paso, con más brío, al pensamiento culpable que desde hace días le dice que es un desagradecido. La inquina que ha ido alimentando, no es la mejor correspondencia a una acogida desinteresada y salvadora. Pero contra sus malas vibraciones, no puede luchar.
Se dice que no son los celos, aunque Rosa haya sido su ex. El Mundo no puede sentirlos sin amor, y ella sólo es una amiga aunque compartan cama. No es tampoco la exigencia continua de dinero desde que recibió su nueva tarjeta del banco. Ni es, aunque lo crea, la desaseada actitud de convivencia y la descarga de labores domésticas, como pago del invitado. Pero a veces, como ahora, la empatía que sintió al principio vuelve.
-Pues claro que es una tontería sin lógica, Rosa, pero yo creo en eso. Hay que creer en algo, ¿no? Esa es mi creencia, más que eso, mi convicción. Ya, ya sé que es uno de los trucos más retorcidos de esta sociedad para mantener al pueblo relegado en su vida gris. ¡Que no se alboroten que hasta ellos pueden ser ricos si la suerte en forma de lotería les toca un día! Pero es mi sueño, que por cierto una vez tuve. Soñé con un número que me hacía multimillonario y extrañamente días más tarde hice espiritismo con unos amigos y un espíritu muy enrollao lo repitió como último mensaje. Siempre juego a él en Navidad. Por eso sé que un día seré rico. Entonces me dedicaré a recorrer el mundo y conoceré hasta su último confín.
-A mí me parece que estás chiflado, ¿verdad? -Rosa busca la complicidad de Segis.
-Bueno sí un poco. Es lo que más me gusta de ti Samuel.
Reforzado retoma fantasías, desgranando ante Rosa los detalles de sus futuras acciones. Lo que permite a nuestro prota volver a su cabeza. Es esta parte soñadora, piensa, lo que les une. Fue en la primera semana cuando creyó encontrar un cómplice, entonces Samuel hablaba de paraísos lejanos y de una conquista mutua, New York, Marrakech, Delhi, México… Anhelos de viaje que exhibían en la desnudez de la noche y al abrigo de una guitarra arropada de canciones. En la imaginería de Segis tomó forma la simbiosis del virtuosismo instrumental del nuevo amigo y su voz, como camino al destino soñado.
Intentó entonces convencerlo de que el triunfo los esperaba en la música. Le dolió la negativa y la ridiculización de intenciones. Pero lo distanció definitivamente, la ilusión que éste mostró hace dos semanas por la posibilidad de un trabajo fijo, que un familiar le ofreció. Quizá, cree, que sólo quiso tentarlo a retomar sus estudios, ya que perdió el puesto por falta de un título. Pero lo peor, fue su propio reconocimiento ante el Mundo. Soy un mediocre, la sociedad es una mierda y yo no sirvo para nada, esa es la verdad. Confesión con la que pretendía justificar el descarte de los estudios que su familiar le urgía, le había dicho que si se titulaba lo enchufaba.
Para Segis la confesión tuvo el valor de la verdad, al realizarla con la desnudez de la borrachera. Este fue el momento de inflexión, que desde la comprobación diaria de la pasividad de Samuel ante la vida, su complacencia ante la falta de perspectivas, y su exacerbada crítica social sin propuestas ni ambiciones; produjera en él una repugnancia inconsciente por retrotraerlo al yo que abandonó en su pueblo.
Él no tiene la culpa, simplemente yo esperaba otra cosa, se dice, al pensar en la idea de que encontraría gente dedicada y comprometida en la consecución del arte. Pero no ha hallado más que jóvenes que intentan sobrevivir, ni un artista, ni un proyecto de escritor con quien compartir impulsos, ni un trabajo decente. Sólo una ciudad más grande y variada, que parece recrear el círculo que lo ahogaba. Sigo en el pobre país de la lotería.
Mira a Samuel, que ya anda por la China con Rosa de espectadora, y no puede culparlos, son soñadores como él. ¿Acaso su esperanza de hacerse rico de la noche a la mañana es diferente a su idea de que un destino maravilloso le espera? No, recapacita, aunque la salida a la mediocridad no la espero, la busco.
-Voy a ducharme.
Sale de la habitación, rememorando la liberación que en su pueblo significaba ese juego para él y sus amigos. Y una extraña morriña, hace que su mente escenifique el recuerdo con todo lujo de pormenores.
-Yo lo primero que haría, sería irme camino del aeropuerto y coger el primer avión que saliera y no pararía de viajar en un año, hasta que diera la vuelta al mundo. Bueno o por lo menos hasta que me cansara. Eso sí, tranquilos que os mandaría postales de todos los sitios.
-Pues yo lo que haría, sería comprarme una buena casa y un cochazo. Luego le daría unos millones a mis padres y hermanos, y entonces montaría un negocio, quizá un restaurante.
-No, no, que va. Yo lo que haría sería comprar muchos pisos en la capital que es lo más caro, alquilarlos y luego a vivir de las rentas. ¡Hazme caso que eso si que es un negocio redondo!
-Yo haría todo lo anterior y más tarde invertiría mi dinero sobrante en hacer cine que es lo que siempre quise hacer. ¿Y tú Segis?
-Pues yo alquilaría un gran barco, invitaría a todos mis amigos y comenzaría a navegar atracando en los puertos que nos apetecieran. Y cuando nos cansáramos, compraría una casa en la que ofrecería hogar a todos los artistas sin dinero, para que desarrollaran sus obras. Y con los beneficios montaría una fundación para luchar contra las injusticias. Y luego…
Se abre la puerta cuando todavía está bajo la ducha. Es Rosa.
-¿Todavía sigues ahí? Estás muy pensativo, ¿qué te pasa hoy?
-No sé -saliendo y poniéndose el albornoz- de todo un poco meona.
-¿Te vienes?
-¡Claro! -Sostiene forzadamente su mirada, para no delatar sus intenciones.
Pero de alguna forma cree que ella ya lo sabe. No por nada ha sentido su mirada suplicante todo el día. Hace cinco días Segis le planteó sus dudas y precisamente hoy la ve totalmente abatida. Hoy, cuando ya ha tomado una determinación.
-Te espero.
-Sí, no tardo nada.
Recuerda al vestirse, el augurio de Rosa. Mierda me estoy enamorando y sé que me dejarás. Puedes ser dulce como un niño, pero siempre pareces estar huyendo. Huyes del amor, y cuando lo busques él huirá de ti.
Se paraliza con un frío que no sintió entonces. La verdad que ahora se cumple, en la previsión de Rosa, parece sentenciar la posibilidad que el Mundo temió y teme; desconocer el amor verdadero. La noche de aquel comentario se cumplía la primera semana de carantoñas y juegos de cama. Segis siguió el empujón del hachis y la ternura, para descubrirle su alma. Cargó su confesión de cambios e intuiciones, al describir su pasada ruptura con María, urgida por el sueño del arte como ineludible paso hacia su futuro. Y la magia que encandiló a Rosa, la llenó de advertencias que celosa soltó en augurios para atraparlo.
Pero Segis no está enamorado, no siente ese algo intangible y químico. Sigue cabezón y egoísta, y aunque teme la maldición despechada del amor, planea huir de nuevo a la caza de los signos que su destino imaginado le reclama. No quiero hacerle daño, es una tía genial, pero… debo seguir buscando, encontrar el ambiente bohemio por el que suspiro.
-Ya estoy listo. ¿Nos vamos?
Camino del pub llenan los pasos de frases intrascendentes y de miradas escurridizas. Hasta que tras un suspiro de valor, Rosa arremete.
-Te has cansado de buscar trabajo, lo sé. Pero chico tómatelo con calma, sólo llevas seis semanas y encima has tenio suerte -lo agarra por la cintura- has caído en las mejores manos. A ver si te crees que yo ando pasando por gusto.
-No, pero yo aspiro a más, no quiero acabar así.
-Hombre, ¡gracias -soltándolo- señor superior! -Le da la espalda y se arrincona contra una fachada- ¡Vete ya no te necesito!
-Perdona no quería ofenderte, ni enjuiciarte, pero ya sabes que yo…-Le agarra el brazo.
-¡No me toques! -Se retuerce y lo mira fijamente- Ya lo sé, ya lo sé, tu eres un soñador, buscas maravillas y aquí sólo has encontrado realidad. En cierto modo eres un niño. Un niño que no quiere crecer, con esa extraña mezcla de pureza y fantasías, con ese cuento de que la vida te espera. Tranquilo sé que te vas, no hace falta que me lo digas, pero la culpa no es tuya es sólo mía por enamorarme como una imbécil. Y te envidio, porque a mí la vida me tiene agarrada por los cojones que no tengo. ¡Anda vete ya!
-¡Nun… nunca te había visto así Rosa! Lo siento de veras. No seas tonta, si llevas todo el día recordándome que hoy te había prometido acompañarte. ¡Venga vamos…!
-¡No, guárdate tu caridad!
Le da la espalda con los ojos llorosos, y asume la pérdida con el presuroso paso de la huida.
No lo hago por caridad, no lo hago por caridad. No te amo pero te aprecio, se repite, te aprecio mucho, mucho. Las palabras atragantadas hurgan, martilleando su falta de reacción al verla alejarse. Piensa que quizá sea lo mejor. Está alterada y si la siguiera y le hablara, ella no razonaría. La conoce lo bastante para saber que su orgullo no reconocería la cabezonería si estuviera equivocada. Pero el Mundo sabe que tiene casi toda la razón.
Lleva unos días tensa y agobiada, y hoy ha estallado. Da media vuelta y de camino cree encontrar una causa, ha empezado a empaquetar sus cosas para la nueva huida que planeaba mañana y ella se ha debido dar cuenta, tal vez al entrar en su habitación. Busca y encuentra razones para exculparse, pero la conclusión le señala, porque de igual forma sus atenuantes no aligeran el daño que le deja.
Rosa es una mujer fácilmente condenable, como oyó comentar a aquella mujer. Su medio de vida es ilícito y socialmente de los más execrables. Pero además, su familia ha dado blanco a las lenguas con el alcoholismo de su padre, el yonki de su hermano y la desatención de una madre, cautiva por una depresión crónica. Por no sumar a los tres hermanos menores, que se saltan a la torera la asistencia escolar y especialmente a la hembra, que con 13 añitos ya tiene fama de pendón, por ser lo bastante espabilada como para haberse dado cuenta de que le gustan los chicos.
Y encima ella, que era la única aplicá abandona sus estudios y tira un futuro decente para mantener a toda esa jauría de inservibles con la venta de esa cosa que dicen que mata. Pero mira cómo su hermano sigue vivo, seguro que a él no le da droga de la mala, sino de la buena. Así resumió hace una semana en corrillo de amigas, al oído indiscreto del Mundo, el trasfondo vital que Rosa le calla. Misma dama que terminó apuntillando, ¡Para que luego digan que los delincuentes los hace la sociedá, cuando está clarísimo que les viene de casta! Fogonazo de memoria que ahora regresa, para hacer más mísero el ansia egoísta de vida que de ella lo aleja.
Le ha mostrado sin proponérselo la luz del amor, que él no comparte, y con su proyectada marcha, queda a la altura del desgraciado huésped que sólo acierta a responder con robo, a la sincera hospitalidad. Sí, dice, probablemente lo mejor es irse y no verla más, porque aunque la respete y admire no la amo, y no puedo salvarla.
No verla más, le evitará el cruel dolor de sentir cerca lo que no se puede mantener. Pero y si me equivoco y el tesoro de una grata despedida la ayuda a luchar, se plantea al pasar junto al bar. Mira de reojo, Samuel está dentro. Dubitativo entra, aunque sea para driblar tanta cascada de auto recriminaciones.
Samuel está ensimismado con una máquina tragaperras y no lo ve, lo que aprovecha para pedirse una cerveza y ponerse a su vera.
-Siempre estás igual, ¡deja el vicio ya coño!
-¡Hombre…! ¡Viene, viene, bien…, mierda! Sólo una más y estoy contigo.
Por diez minutos lo mira absorto jugar. Imaginando por qué habrá gentes como él obsesionadas con la suerte, esperando que ésta les llegue y les solucione la papeleta; no cree entenderlos. Entiende una espera total, pero ésta tan insignificante y tan mentirosa, no. Lo compara con Rosa. Aparentemente su situación es muy similar, pero ella se ve obligada por el peso de una familia entera que sustentar. Mientras que él procede de una familia acomodada, que hasta le dio casa en propiedad. Puede que sea la llamada del dinero fácil, pero el riesgo que conlleva no planificar un futuro en el que invertir lo ganado, sólo puede ser falta de autoestima, o una desesperada búsqueda de llamar la atención, o una rebeldía suicida; se dice.
-¡Cabrona, hija de puta! -Se acerca a Segis para no prestar oídos a las quejas del dueño por patear su máquina- Está apuntito, apuntito.. Oye ¿y tú qué haces aquí cómo es que has dejado sola a Rosa?
Las explicaciones de uno y otro dejan hundido a Segis. Suelta la cerveza, sale del bar sin pagar y corre. Corre con todas sus fuerzas. ¡Ese cabrón, ese cabrón! ¿Por qué no me lo has dicho, tonta? Se repite, rezando porque no sea demasiado tarde, porque pueda alcanzarla, porque estén en ese pub, porque ella no haya…
¡Mierda de zapatos!, se dice porque le bailan y no le dejan correr bien. Los tenía que haber tirado. Pero los nuevos todavía le hacen daño y ya se había acostumbrado a ellos.
Ya casi está allí. Al alcance de su mirada, el pub donde suele pasar Rosa su material. Era donde hoy iba a acompañarla. No sabía que hoy, ella más que miedo tenía pavor, porque allí la esperaba el Sangres. Entra con el ruido de sus pulmones al límite. El local está repleto, empuja y bate el lugar hasta ver a un conocido.
-¿Dónde está Rosa? ¿Has visto a Rosa?
-¡Hombre, hola por lo menos!
-¡Que si la has visto!, ¿sabes si ha estado aquí?
-No, no sé.
¡Dios mío si ese Sangres…!, se dice al retomar la desesperada inspección, intentando no imaginar la suposición. Rosa es una chica reservada pero le habló de él. En otros tiempos fue un camello importante. Movía la heroína de la ciudad y uno de sus hermanos le debía mucho dinero. Un día juró matarlo si no le pagaba, ella se interpuso y casi la viola. Lo denunció. Hasta ayer, le confirmó Samuel, estaba en la cárcel, no le será difícil encontrarla y seguro que quiere venganza. No la ve. Angustiado se abalanza a la barra.
-¿Sabes si ha venido hoy Rosa?
-Pues… ahí sale con uno.
Sí, es ella abandonando el local con un tipo de malas pintas. Se abre paso con la cara demudada, a empellones, como un animal hasta que logra salir a la calle. Grita al verlos aproximarse a un coche, en el que parecen ir a montarse.
-¡Sangres cabrón!
-¡Mundo! -Alcanza a decir Rosa volviéndose. Su cara parece asustada y su tono deja traslucir un deje de advertencia. A su espalda Segis nota una presencia.
-¿Me buscabas hijoputa?
-¡Déjalo, déjalo! -Grita Rosa intentando acercarse.
-¡Cállate putita! Con que éste es uno de los que te has buscado para defenderte -Mirándolo de arriba abajo- Me parece chaval que te has calzado un papel que te viene grande.
Segis ve desdibujarse esa cara alargada y llena de cicatrices al caer ante un puñetazo que lo noquea. Entre brumas sus oídos oyen gritos, carreras y finalmente un gran golpe seguido de un chirriante frenazo. Unas manos lo incorporan para que se asome ante el gran charco, que centrado en un cuerpo desvencijado forma el Sangres.
-¡Gracias a Dios, gracias!
La voz temblorosa es de Rosa. Pero su cabeza no le deja responder, sólo alcanza a pensar que hoy le ha tocado la lotería a una chica que la merecía. Se mira los pies. Sí estos malditos zapatos me vienen grandes.