El panorama mundial no puede ser tranquilizador para aquellos que oteamos el horizonte futuro: las preocupaciones medioambientales como el calentamiento global y la capa de ozono o la deforestación y privatización del agua; las nuevas crisis de refugiados fruto de guerras donde colisionan los intereses de las tradicionales potencias internacionales y, a su abrigo, el surgimiento de un nuevo terrorismo y una nueva política xenófoba y excluyente; el insalvable y creciente abismo económico entre ricos y pobres, reflejado en la crisis económica y la pérdida de derechos laborales y sociales del primer mundo después de lustros de un ilusorio estado del Bienestar; la inminente eclosión demográfica del tercer mundo que en pocas décadas duplicará la población mundial; el insostenible e irracional consumo de recursos naturales que irremediablemente y en cuestión de años demandará materias primas que sólo varios planetas podrían cubrir…
La lista podría continuar, pero a pesar de películas como An Inconvenient Truth (2006), The Age of Stupid (2009) o Home (2009), y cientos de documentales que abordan muchos de los problemas contemporáneos desde la seriedad de la investigación periodística y científica, la carencia de toma de decisiones tanto a nivel internacional como estatal pareciera demostrar que es más la alarma que la realidad. Como si todo estuviera bajo control y las teorías fueran fruto de conspiraciones paranoicas y sin fundamento que simplemente buscan desestabilizar un sistema que ha traído el mayor avance tecnológico conocido y expandido los derechos humanos y la democracia como nunca antes.
Los “Integrados” con los medios de comunicación a la cabeza, seguirán sosteniendo que el consumismo, con su triunfo, ha demostrado que el sistema de mercado se auto regula y que es el único camino viable, porque las injusticias y desarreglos han sido parte de la civilización desde el comienzo de la historia, pero no por ello debemos dejar de ver los progresos aparejados a esta evolución social.
Los “Apocalípticos” creeremos que el poder, cegado por su codicia y endiosado por su control absoluto de las instituciones y los gobiernos, se ha olvidado de usar la previsión. Su prepotencia confía en que descalificando los hechos y descreyendo de los cálculos, el peligro, ingenuamente, dejará de serlo. Tal que un niño que niega la existencia de aquello que lo abruma y que fervientemente cree que al olvidar, la amenaza deja de ser real.
Lamentablemente, el tiempo demostrará quién tiene la razón, cuando tal vez ya sea demasiado tarde.
Mientras tanto para todos aquellos concienciados por las desigualdades y problemas del mundo, siempre quedará la opción de irse de voluntario a una ONG, o en su defecto apadrinar o participar en algún proyecto con donativos o cuotas, puntuales o periódicas desde su propio país. La gran labor desarrollada ocupa el vacío de muchas instituciones mundiales y gobiernos, pero aún así su papel no es en muchos casos más que anecdótico y un parche insuficiente. No muy diferente de la beneficencia y las misiones que con carácter evangélico desarrolló el cristianismo desde los tiempos de la conquista de América, sin duda una forma de lavar conciencias y de actuar de cara a la galería. Lo que no quita que muchas de estas organizaciones busquen principios intachables y fines loables, cobijando y reflejando parte de lo mejor del ser humano en ellas.
Pero el mayor problema, a mi entender, es que no pueden abstraerse del contexto en el que han surgido y éste no es otro que el capitalismo y el concepto de empresa; por lo que en cierta forma no dejan de ser un negocio más.
Hace algunos años, en el lejano año 1995 yo estuve trabajando en la Agencia Española de Cooperación Internacional en México, formaba parte de un grupo de universitarios, más voluntarios que becados, por la escasa cuantía de los sueldos, que diseminados por diferentes países latinoamericanos, comprendimos que la finalidad de la supuesta ayuda no era más que la diplomacia y no la lucha eficaz contra las raíces de los problemas. Pero aparte de la desilusión, generalmente compartida por nosotros los participantes, en las formas, el vacío efectivo y práctico de los proyectos y la variada suerte, sin duda la experiencia nos enriqueció.
Pero más allá de la experiencia laboral y el conocimiento del entramado diplomático, fue el contacto con directivos de Ong´s y su funcionamiento, el que más nos sorprendió en un curso completo y previo que durante un mes tomamos antes de viajar. Entonces supimos de los altísimos sueldos de la ONU y sus diferentes organizaciones, que partían de los 2500 dólares hasta cantidades desmesuradas. Pero lo que nos dejó perplejos a todos fue que las diferentes asociaciones sin ánimo de lucro, de media pagaban a los directores de proyecto la nada despreciable cifra de 10.000 dólares mensuales, con escalones salariales bastante altos, aunque la mayoría de las mismas se nutrieran de voluntarios gratuitos. No, sin duda no era el mundo desinteresado y solidario que uno imagina desde fuera.
Yo fui destinado a la Universidad, y aunque reitero que la experiencia laboral fue interesante, aquello no tenía mucho que ver con la imagen ideal que uno tiene de la cooperación al desarrollo; así que me busqué un voluntariado con chavos de la calle. En esa asociación y otras de escasa relevancia y nombre, con las que estuve vinculado, pude comprobar cómo la mayoría de los trabajadores de base cobraban miserias, mientras los responsables y dirigentes, justo cuando llegaba una subvención, podían aparecer con un coche recién comprado que podía superar la mitad de la ayuda oficial de aquel semestre. Claro que un mal ejemplo no representa a la totalidad.
A mi vuelta no descarté la búsqueda de oportunidades de cooperación por un tiempo, y en aquella indagación comprobé que algunas Ong´s comenzaban a pedir a los voluntarios dinero por la experiencia, como si fuera una moda vacacional demandada por el mercado. Obviamente no era lo que yo buscaba, y aunque me salió otra oportunidad de voluntariado, al final la vida me llevó por otros derroteros.
En la actualidad no hay Ong que no utilice la fórmula, con cuotas semanales, sin importar el tiempo que uno quiera ir a “ayudar a los más necesitados”. Ahora son pocas las organizaciones que se contentan con un trabajo gratuito o mal remunerado, convirtiendo la práctica en una especie de lujo que no se puede permitir cualquiera. Es comprensible que muchas necesiten financiación y que muchos puestos estén fijados en determinadas profesiones. Pero parece inmoral que un mundo en el que cada vez más personas son desaprovechadas por el mercado productivo, esa ingente cantidad de fuerza trabajadora que querría colaborar y hacer una sociedad mejor, se encuentre con la misma puerta que le cierre las oportunidades en su país de origen. Sin dinero, uno no puede ni ser solidario.
Una muestra más de que nuestra civilización tiene unos fundamentos erróneos, cuando cada vez más millones de ciudadanos no encuentran trabajo y se desperdician sus capacidades en lugar de crear mecanismos que a la vez pudieran dar uso y finalidad a sus vidas creando una civilización más ética e igualatoria. Pero claro el mercado es y sigue siendo el único camino, desgraciadamente también para aquellos que se ilusionan con crear un mundo mejor.