El interés crea los vínculos más confiables. Mientras el fin se sustente, no cabe el miedo a una respuesta incierta. Pero así como los tiempos, las necesidades y la capacidad de satisfacerlas, cambian con ellos, y descubren la falsa sustancia de acuerdos que sólo eran tácitos para una de las partes. El otro, hasta un instante antes, creía que era amistad.
El afecto se diluye en la defensa de uno mismo, es parte de lo que somos. Anteponer lo ajeno, se aplaude y se alaba en la tragedia, pero se olvida y se paga con un mero instante de gratitud, en la mundana intimidad del día a día. Nadie es igual a otro, y esa inexactitud, se refleja en las expectativas y rotos compromisos que justifican las razones de una amistad traicionera. Los límites de uno, son las necesidades traspasables del otro. Y los reproches, simples formas de ser.
Las crisis tienen la virtud de modificar nuestra visión del mundo. Sufrirlas nos fuerza a calibrar los detalles que, durante la bonanza, pasamos por alto. Quien nada tiene, podrá deslindar las sutilezas que engarzan las relaciones de aquellos a los que conoció, cuando tenía. Si observa en los balances de sus recuerdos, hilará una motivación que sólo ahora puede sopesar, y entre las trazas de mezquindad y egoísmo, también se hallará a sí mismo. Porque todos rompemos la ecuanimidad a nuestro favor, en algún momento.
Pero la disección descarnada, esconde un invaluable hallazgo, pues objetiva los rasgos que prueban la generosidad, la nobleza y el interés más disimulado. Su aprendizaje nos puede hacer más cínicos, escépticos y fríos, pero también más empáticos, sensibles y sabios. Las relaciones humanas terminan mostrando al ser humano, una vez comprendidas las directrices, finalidades, razones y concesiones que guían sus actos.
Sin embargo resulta, cuando menos irónico, cómo la emotividad florece y ataja con celeridad las amistades probadamente interesadas, y por el contrario permanece impasible y acepta el intrínseco interés de las relaciones sociales de un grupo, sin objetar la necesidad de un cambio. Sólo su completo rechazo, nos hace reclamar.
Los políticos se explican por sí mismos, solo atendiendo a esa pertenencia. El mismo corporativismo explicará las actitudes de los banqueros, los médicos, los periodistas, los policías, los pescadores o los mineros. El interés mutuo subyuga cualquier cambio. Pero con la sutil diferencia de que son ellos los que trabajan para nosotros y no al revés. Evidencia que desautoriza sus privilegios, maneras y hermetismo; pero sobre todo deslegitima su interés, porque cuando debería representar el de los ciudadanos, se aferra al de un clasismo que por manejar el inmenso presupuesto público, se arroga unas condiciones que se asemejan más a las prerrogativas de la antigua nobleza, que a representar realmente los intereses del ciudadano medio.
No es sólo cuestión de corrupción, sino de intereses contrapuestos. No puedes llamarte representante de aquellos cuya situación y problemas nada tienen que ver contigo, y defender los intereses de una minoría financiera, haciendo que los costes de la mala gestión tanto pública como privada, recaiga sólo en los hombros de aquellos por cuyos intereses, no sólo obtuviste tu puesto, sino que juraste velar.
Tú interés como político, te delata. Tu sentido de pertenencia lo justifican tu sueldo, tus coches oficiales, tus cócteles, tu cotización a la seguridad social y tu pensión. Tu día a día, te acerca más a la élite, con la que te codeas, que al pueblo, a los que sólo recibes en actos públicos, donde el político es el centro, y en muchas ocasiones la única voz.
Las ideologías sobran, cuando los hechos hablan. El servidor público no puede pedir a aquellos a quienes sirve, que sufran el rigor en exclusiva sin ser él, el primer y más sufrido ejemplo. Eludir el sacrificio público y notorio, hará más evidente que la primera injusticia proviene de su condición privilegiada. No ha de extrañarse entonces, que los intereses de los votantes, viren hacia otro lado.
Las relaciones personales nos van haciendo expertos en decodificar el interés inherente en toda amistad, y en su cotidiana repetición aprendemos a deslindarnos de aquellos cuyas intenciones e intereses van en nuestra contra. Aunque conscientemente no podamos formular las conclusiones, ni trasladar idénticas resoluciones de los individuos, a los grupos sociales, ello no quiere decir que no las percibamos. Si quieren quizá, inconscientemente. El interés delata a las personas, y la desafección del pueblo hacia su clase política, simplemente obedece a que éste detecta que el interés de sus representantes desvela intereses que no los incluyen. Prioriza los de una minoría, cuyo objetivo nada tiene que ver con el servicio público, y sí con el servilismo.
Indigna oír y ver, el acento de los medios en el peligro que supone la llegada de la extrema izquierda al gobierno de un país europeo, y la vulgaridad de olvidar denunciar el proceso que ha llevado al pueblo griego a esa situación social y económica extrema, donde la dignidad del ciudadano ha valido mucho menos que la deuda. Eso al parecer es la democracia y la Unión Europea, no muy diferente y en escala, a la figura de un mafioso de barrio, al que no le importa cómo pagues.
Oponerse, utilizando el derecho democrático al voto, parece ser para los medios, una temeridad. Quizás, y sólo quizá, porque sus intereses sean otros.