Los documentales sobre la Transición española, al menos para todos aquellos que la vivimos, tienen un poder emotivo indudable. Supongo que el grado varía según la edad en la que nos pillara, la conciencia política y la historia familiar de cada uno. Aunque aquel logro, calificado de ejemplar y único con razón, en mi modesta opinión siempre ha estado huérfano de una mirada más punzante y crítica. Quizás no sólo por lo que entonces pasó, sino por lo aquel parto y la suma de los años, ha creado. Recuerden que nada es casual, y alguna razón habrá, para que aquel inicio nos haya hecho desembocar en el presente.
Toda idealización se centra en una de las caras y su afirmación continua, eclipsa al resto de los hechos. No sólo a los que ocurrieron, sino a los que están por venir. ¡Y claro, no lo vimos llegar! Nos creímos que tras la gloriosa batalla, la democracia era un derecho al que no hacía falta cuidar.
El cambio sin precedentes que se produjo entonces llevó a una generación al poder, y al parecer les dimos demasiada carta blanca. La máxima dice que la historia la escriben los vencedores. Y ciertamente aquellos que entonces coparon los puestos de relevancia en toda la esfera social, han sido los únicos filtros relatores de nuestra historia reciente. ¡No sé si se han dado cuenta de que el drama yace ahí, en que lo siguen siendo! Y tamaña importancia, nunca oí que se tomara en cuenta. Y lo más importante, inhibe cualquier otro punto de vista, pues sólo la palabra de aquel que la tiene, prevalece.
Aquel cambio generacional no ha vuelto a suceder, y esta trascendencia puede que explique las deficiencias que hoy muestra nuestra democracia. Porque esa misma generación que recibió el título de demócrata, en su actitud totalitaria de aferrarse al poder, es la que ahora nos descubre que sus mañas estuvieron más por hacer de lo público un negocio privado, con el que enriquecerse y alcanzar el prestigio social, que un desinteresado y honesto servicio a la nación. España venía de cuarenta años de dictadura, y esa verdad nunca nos ha hecho pensar más allá del aplauso. Esa generación tuvo la fortuna de crear las bases de un país nuevo, pero su comportamiento ha sido el de apropiarse del camino creado. Hubo un nuevo sistema de juego, pero la idiosincrasia y lo mamado en cuatro décadas, no se deja tan pronto de lado. A la generación siguiente y a las posteriores, entre las que me incluyo, se les ha otorgado el papel de figurantes, pero nunca el derecho democrático de ser un relevo. Como un tic heredado de la dictadura, que escenifica cómo el calado mítico de la Transición, hace olvidar que la democracia no se crea en un momento, sino en cada momento.
Los creadores de la nueva patria, permítanme la expresión irónica, nacieron en la década de los cincuenta, en su gran mayoría, aunque algunos lo hicieron a finales de los cuarenta o principios de los sesenta, y nunca han dejado las riendas del poder, sólo han ido intercambiando roles. Llámense Miguel Blesa, Rubalcaba, Rajoy, Esperanza Aguirre o Pujol. Habrá excepciones, pero no por ello invalidarán la generalidad del hecho. A su entrada a la edad adulta se encontraron con oportunidades laborales y un nuevo mundo por crear, pero no ocurrió así con los que vinimos detrás. En los noventa ya estaba repartido todo el pastel, y las generaciones más preparadas académicamente nos hemos topado con un muro, al que sólo mediante amiguismos o enchufes se podía acceder. Curiosamente ya han pasado cuarenta años, casi los de una dictadura, y ahora que termina su ciclo se hace evidente que su gestión no ha estado a la altura. Porque cuando el poder se vuelve rutina, debemos considerar que el hecho no ha podido ser causado por un ideal democrático.
La codicia puntual de quien nunca ha tenido acceso a nada, difiere mucho de la generada por años de encumbramiento social, que es la que vivimos. Ésta les ha hecho creer que no era más que un pago merecido y casi obligado, por unos servicios que sólo a ellos se han prestado. Lo peor es que los sueldos, dietas, pensiones y jubilaciones, muy por encima de los del españolito medio, no les han bastado. Y eso demuestra la impunidad con la que han actuado, y sobre todo la que los protege; porque saben que ellos son el poder y que no existe una contrapartida a la que temer.
La regeneración de la que hablan ahora los medios de comunicación, sabemos que no va a tener lugar, porque ellos no van a recortar sus privilegios y menos aún crear los instrumentos que puedan penalizar sus desmanes, su corrupción y que en última instancia, los pueda llevar a prisión. La crisis que sufrimos todos, ha sido generada por usar lo público de forma negligente, endeudar las instituciones para sacar tajada de las empresas concesionarias e intervenir en entidades bancarias para sus juegos de poder. Y sin embargo, el pago repercute en todos, menos en ellos.
Recapaciten y piensen sobre lo dicho, quizá mi análisis les parezca erróneo, a mí me deja un sabor a inmovilismo y poco a democracia. Sobre lo que no cabe duda es que la solución llegará cuando se produzca un verdadero cambio generacional, que traiga nuevas formas de pensar, de actuar y de considerar lo público, como lo que es, un bien de todos y no de una élite. Para llegar a la transición necesitamos cuarenta años, esperemos que no hagan falta muchos más para la nueva, porque quizá para entonces ya no habrá forma de cambiar el modelo injusto y antisocial que ahora nos implantan.