La Infanta Naranja, hija del abdicado Rey Limón, ha despertado las mayores expectativas de audiencia para la próxima edición de Supervivientes, por ser la primera miembro de una Casa Real en ser elegida por el nuevo sistema democrático de sorteo televisivo. El procedimiento, que entró en vigor hace sólo un año, rifa a través del número de identificación fiscal y a nivel nacional, el derecho entre todos los ciudadanos a aparecer en televisión.
Ha hecho la casualidad que en las últimas semanas, precisamente en los premios importantes, los agraciados sean personajes públicos de renombre y reconocimiento, circunstancia que ha levantado el recelo de la prensa y de parte de la opinión pública. El primero fue Josema Ansar, antiguo presidente del partido conservador y que ganó el sorteo para ser el presentador de los telediarios durante un mes, justo en medio de la campaña electoral que desembocará en las elecciones generales, y cuya labor al frente de las noticias se ha convertido en una poco disimulada propaganda de partido y en un ataque indiscriminado a la oposición, con contenidos sesgados y noticias interesadas.
Pero ha sido la designación de la Infanta Naranja la que ha creado más controversia, ya que como todos recordarán, sus problemas económicos y su necesidad de lavar su imagen ante la cercana celebración del juicio por enriquecimiento ilícito de su marido, le pueden suponer una ayuda importante de cara a la opinión pública para restituir su fama y distanciarse de la presunta malversación orquestada por su cónyuge. La Infanta, a través del portavoz de la Casa Real, ha hecho llegar un comunicado en el que afirma que la casualidad la ha designado, y que aunque tiene la potestad por su realeza de no participar, lo hará, como lo haría cualquier otro ciudadano, para demostrar normalidad y participar de la democracia televisiva recién implantada.
La lotería televisiva ha arrojado hasta el momento resultados dispares, elevando la repercusión y el seguimiento de los debates políticos televisivos, gracias a que los tertulianos tradicionales y estereotipados en sus posiciones, han sido sustituidos por ciudadanos medios, alcanzando los debates un sorpresivo respeto hacia los contrincantes y sus turnos de palabra, así como en una mayor profundización de los temas generales, orillándolos a términos más cercanos al gran público y a casos concretos de la vida cotidiana. Pero también ha generado fricciones entre los presentadores y sus sustitutos, así como con los invitados, ya que los improvisados conductores no se han mantenido fieles a la tradición de hacer preguntas cómodas y propiciar la autopromoción de películas, libros o campañas políticas, y sus inquisitivas entrevistas han ofendido a muchos famosos, algunos de los cuales no han dudado en levantarse y abandonar el programa en directo, calificando el resultado final del nuevo procedimiento televisivo como peligroso y poco profesional, demandando la vuelta al anterior modelo.
La polémica, y la vulgarización como han denominado algunos medios al nuevo formato de hacer televisión, sin embargo ha incrementado notablemente las audiencias y no parece que los diferentes canales se estén planteando un cambio que, al menos por ahora, les reporta mayores beneficios y publicidad. Habrá que esperar al asentamiento del modelo y a los próximos meses, para ver su evolución. Pero sin duda parece que al público en general le entusiasma la idea de poder aparecer en televisión y por una vez tener un público y una fama que hasta ahora sólo unos cuantos disfrutaban.