La Epidemia Cristiana, como algunos la han llamado, continúa cobrándose nuevas víctimas. La mañana del pasado lunes a las 6:30 am, la canciller alemana Angela Merkel se madrugaba ansiosa de prensa y de medios de comunicación. En escasa media hora, convocó a los medios internacionales para anunciar que su conciencia cristiana la reconcomía desde hacía meses. Afirmó que no pasaba ni una sola de sus noches, sin que sintiera la voz de Jesucristo recriminándola y susurrándole que debía hacer algo.
El drama de los refugiados en las fronteras de Europa, afirmó, y en especial el acuerdo alcanzado por la Unión Europea para expulsarlos de Grecia a Turquía, era un error herético, y que como máxima mandataria del antiguo continente y bajo su ética cristiana y evangélica, había convocado, ese mismo día, al resto de los dirigentes europeos para enmendar la situación con urgencia.
Y terminó la comparecencia apuntando: “Sé que no soy la primera, y que la manipulación mediática ha tildado estos prontos de epidemia psiquiátrica colectiva… pero rememorando mis palabras de octubre de 2015: Me gustaría ver a más gente tener el valor de decir: Yo soy cristiano, y actuar como tal”.
Esa puntualización final se refería a una entrevista publicada por el Süddeutsche Zeitung, el 5 octubre de 2015, en las que decía: “La fe y la religión son la base sobre la que yo y muchos otros contemplamos la sagrada dignidad del ser humano. Nos vemos como la creación de Dios, y eso guía nuestras acciones políticas”. (…) La fe en Dios me facilita muchas decisiones políticas”
Desde entonces, sin embargo, no ha habido ninguna otra aparición pública, como si los poderes fácticos la hubieran ocultado, repitiendo el caso de otros dirigentes políticos del viejo continente que sufrieron idéntico arranque religioso en los días posteriores o anteriores, como Aznar, Christine Lagarde, François Hollande o David Cameron, y que no han vuelto a ser vistos.
Su ejemplo se suma a las crisis de conciencia y ética repentina que ha lanzado a muchos famosos a la urgencia de reclamar los valores cristianos de amor al prójimo, por encima de todo aspecto moral y social convencional cristiano, aduciendo que por siglos se ha usado como coartada para no ejercer una verdadera lucha a la desigualdad. Como si la enigmática epidemia, descalificada por la Organización Mundial de la Salud por falta de fundamento científico, y propagada por las Redes Sociales, se hubiera convertido en un fenómeno psiquiátrico paranoico y global, a pesar de no existir una razón lógica para su surgimiento y desarrollo.
Pero no todos los casos son iguales, muchos han experimentado un recorrido de ida y vuelta como en el caso de Vargas Llosa, que tras anunciar que se iba de voluntario a Lesbos y donaba sus riquezas, no tardó más de una semana en entrar en razón y confesar que no sabía qué le había enajenado, y que solo quería recuperar el patrimonio que había entregado y retomar su vida.
Otros, como el protagonizado entre los multimillonarios por Bill Gates, que donó el 90 % de su fortuna para la lucha contra la pobreza, hace unas semanas y que no ha cambiado de opinión, parecen haber creado una tendencia que algunos expertos internacionales califican como acciones que nada tienen que ver con esta extraña epidemia, en principio, aunque algunos lo dudan. Es el ejemplo de la plana mayor del Partido Conservador español, PP, que ha empezado a reclamar sueldos justos para los millones de trabajadores y parados españoles.
Pero por supuesto es en la Iglesia Católica, donde la opinión pública y la prensa han puesto el punto de mira. En ella más de una treintena de obispos han comenzado a vender el patrimonio de sus diócesis y a donar sus ahorros, para que la desigualdad del mundo desaparezca y la justicia del reino de Dios se implante en la Tierra. Incluso el mismo Papa Francisco, ha afirmado que quiere proponer que el inmenso patrimonio de la Iglesia Católica, una de las instituciones más ricas a nivel mundial, se encamine únicamente a la ayuda al prójimo, aunque eso signifique vender obras de arte y templos, siempre que su acceso al público en general, siga siendo libre.
Aunque claro, han tenido mucha repercusión las declaraciones de un centenar de prelados que han firmado un documento público en el que dicen que todo la epidemia, no es más que un ataque de la extrema izquierda y de los antisistema, quienes estarían suministrando una droga desconocida a destacadas personalidades, con la ayuda de Rusia, para destruir los recursos y el patrimonio de la Madre Iglesia Católica y así poder implantar una nueva y retorcida moral.
Al terminal la lectura, el Cardenal estadounidense Raymond Burke que se encuentra entre los firmantes, sufría un ataque repentino y acusaba a los signatarios de desoír el mensaje de Jesucristo, para luego prorrumpir en gritos de arrepentimiento y alabanzas de amor al prójimo y rechazo del demonio y su ídolo el dinero. Pronto la seguridad lo acalló.
Como al gran grueso de los afectados, no se ha vuelto a saber de él. Sin duda la extraña epidemia va más allá de la mera sugestión. No por nada las autoridades mundiales esperan nuevos casos y seguirán, dicen, poniendo en cuarentena a los afectados.