El éxito de una sentencia judicial insólita y novedosa, tras el juicio y condena de un homófobo islandés que agredió a una pareja de lesbianas por mostrar su afecto en público, fue el comienzo de un gran debate dentro del país, que terminó cristalizando en ley; lo que ha provocado una gran discusión a nivel mundial, y la movilización de amplios sectores sociales en medio mundo, para hacer que la medida se copie y adapte a las circunstancias culturales y legislativas del resto de países.
El condenado, un ultra religioso y conocido activista del partido conservador, tuvo que afrontar el pago de la indemnización de una peculiar manera. Se vio obligado a trabajar en un bar de ambiente, propiedad de las agredidas, en principio como camarero por cinco meses, hasta alcanzar así la cantidad impuesta como compensación. Las voces críticas y los poderosos medios de comunicación conservadores crearon una gran campaña para denunciar la desproporción e inconstitucionalidad de la sanción, pero lo sorprendente fue que al cabo de sólo cuatro semanas, el propio condenado desautorizó a sus correligionarios y afirmó, no sólo que el castigo le parecía justo, sino que además estaba comenzando a comprender la gravedad de su injustificada homofobia, así como la bondad de su penitencia.
Aquel cambio súbito que en principio se creyó mera pose de intenciones aviesas y motivos ocultos, se mantuvo esquivo en los meses siguientes. Su silencio se acabó justo con el anuncio de la organización de una fiesta pública, para dar, tras su último día de trabajo forzado, justo en el lugar que por cinco meses había sido su trabajo, su sincera opinión de esa aleccionadora experiencia. Ante decenas de medios de comunicación desplazados, que oían su voz en off y sólo veían un foco en un escenario vacío, oyeron unas palabras en las que el condenado afirmaba sentirse curado, agradecido y encantado de haber formado parte de una comunidad a la que desconocía y a la que desde entonces juraba pertenecer, apoyar y defender; apareciendo entonces, y como desde entonces sería conocido, encarnando a la ya célebre en toda Islandia, Drag Queen: Lady Paranoia, y encabezando una cruzada anti homofobia, que sigue meses después.
La ley a la que dio lugar, en la búsqueda de hacer del castigo una enseñanza, a las diferentes muestras de homofobia las direcciona a talleres dentro de la comunidad LGBT, visionado de documentales, ciclos de Pasolini, Almodóvar o Fassbinder, acompañamiento a transgéneros durante todo el proceso de reasignación de sexo, trabajos en asociaciones culturales y asistencia a conferencias sobre las razones y las consecuencias psicológicas y sociales de la homofobia. Además de estas “penas”, sólo sufrirían cárcel, aquellos sujetos, cuya violencia pusiera en gravedad la salud de alguna víctima.
El debate acalorado que ha generado, sigue siendo tildado por los medios conservadores como puro y simple marketing, y acusan al exhomófobo islandés, Lady Paranoia, de ser un farsante que se hizo pasar por decente y derechista, sólo para hacerse famoso y ganar notoriedad a costa de su amiguito el juez y que todo estaba planeado de antemano. El resto de medios socialdemócratas, no se atreven a pronunciarse, y piden tiempo a la medida. Sus resultados y el tiempo, dirán si fue efectiva.